Fue la favorita sorpresa a arrasar en los Óscar, pero el fenómeno ‘Parásitos‘ (Gisaengchung, 2019) le pasó por encima y tan solo recibió tres estatuillas técnicas: Fotografía, Sonido y Efectos Visuales. Algo que merecía pero que supo a premio de consolación para una de las grandes proezas del cine comercial de los últimos años. Ahora, ‘1917‘ llega a plataformas como Netflix o Amazon Prime Video España como joya parte de su catálogo para todos sus suscriptores.
Mucho se ha escrito ya sobre la gesta técnica de Sam Mendes, del inmenso trabajo de planificación y ensayo de las largas escenas coreografiadas que han acabado formando su inmenso plano secuencia con algunos trucos. Pero, más allá de estos atributos que, podrán tener más o menos mérito artístico, pero están impresos en el AND del film, las bondades de ‘1917’ son difíciles de explicar sin pasar por ese armazón visual que va de la mano a la continuidad.
La tendencia general frente a los planos secuencia ha pasado de la admiración y la inmediata traducción en calidad cinematográfica a un gimmick que los correctores de la cinefilia han venido a desactivar como un mal que afecta al juicio de las valías de una película. Desde luego, hay cierta tendencia a resumir el montaje en tomas largas como forma de presentación pura y sin trucos de lo que vamos a ver y experimentar.
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El plano secuencia como signo de los tiempos
Lejos de ser criticable o no, o si es digno de admiración o no, o si ya nos hemos aburrido como colectivo cada vez menos impresionable por las imágenes en movimiento, su uso puede ir de lo innecesario ‘Birdman‘ (2014) a lo puramente inmersivo, pero lo único cierto es que cada vez es más habitual encontrar episodios como el 6 de ‘La maldición de Hill House‘ (The Haunting of Hill House, 2018) en el que la continuidad ofrece nuevos usos del lenguaje en géneros como el terror.
Por ello, cada vez más, el plano secuencia se ha ido estableciendo como un arma del lenguaje cinematográfico de su era, un arma que puede tener su base inicial en cierto elitismo masturbatorio, correcto, pero a estas alturas ha pasado mucho tiempo y tantas películas que tan solo es una opción estética que se deriva del contrato de la inmersión del espectador y ha acabado resultando una figura que consigue cosas diferentes, por ejemplo, que el montaje acelerado tan de moda a finales de los 90.
¿Hace peor o mejor un cine con planos secuencias que otro? no, tan solo lleva a lugares diferentes por un camino más literal para el espectador. Y en el caso de ‘1917‘ se convierte en el acceso al descubrimiento de la trama sincronizados con el protagonista, como si fuera un diario visual en el que no solo se observa un faraónico logro técnico, sino que se implementa el rasgo de odisea mítica de un hombre frente a lo extraordinario, el horror de la guerra se convierte en una épica casi mitológica y en parte es por la ingenuidad que confiere el punto de vista, cuyas limitaciones son aquí fortalezas.
Una obra de arte atemporal
La secuencia de Écoust, por ejemplo, requiere de esa mirada casi subjetiva, para poder desplegar ese juego de luz y sombra irreal sin que resulte artifioso, el resultado, con la ya indeleble carrera al alba, es una de las fantasmagorías más hermosas proyectadas en una sala de cine. La capacidad de síntesis que confiere la puesta en escena lleva al film a conectar con el cine de aventura clásico hasta llegar a funcionar como blockbuster virtuoso, pero su capacidad última es llegar a plasmar lo terrible y lo sublime.
La continuidad deja atrás la mera exhibición para hacerse una parte activa de la narración, compartiendo los sinsabores del protagonista desde lo más puramente físico hasta las emociones más elementales, sensaciones que podemos no solo vivir, sino ir descubriendo de forma íntima, dentro de un gran espectáculo de cine absoluto que tiene una idea más allá del cine antibélico que se alinea más con lo sensorial de obras casi surrealistas como ‘Masacre (Ven y mira)‘ (1985).
Todos los elementos de la producción de ‘1917‘ se mueven para captar la insignificancia del ser humano frente al horror, lo inevitable y el sinsentido. Desde el diseño de arte a la fotografía exquisita de Roger Deakins, capaz de convertir un bombardeo nocturno en una pieza experimental apabullante, propia de Val del Omar. Desde los cómics de guerra a la mirada humanista de Spielberg, Sam Mendes se adhiere a una tradición para crear una experiencia fílmica tan arriesgada como sencilla en sus elementos fundamentales, logrando una de las películas bélicas más bellas, atemporales y puras vistas nunca.