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Roger Koza y la crítica de «Belén», de Dolores Fonzi
La actriz protagoniza y dirige el film en el que también participó escribiendo. Una de las obras nacionales para ver.
Es fácil acostumbrarse a vivir entre mentiras. El divorcio entre la palabra y los hechos es moneda corriente. La retórica mendaz de una sociedad cuesta muy cara: la verdad se vuelve prescindible y todo se precipita en un abismo de insignificancia y atrocidad en el que los peores se mueven a sus anchas. Se puede decir cualquier cosa; el cotejo fastidia, la pereza vence; hasta las matemáticas pierden el rigor de la exactitud. Una película como Belén, segunda firmada por Dolores Fonzi, importa porque se desmarca de su época. Personas como la jurista Soledad Deza, el personaje que interpreta la actriz, son indispensables: buscar la verdad y mostrar el coraje de expresarla son acciones casi extintas.
La película transcurre en Tucumán, en 2014. Una chica de 24 años se dirige a la guardia de un hospital con un dolor imposible en el estómago. Después de una primera revisación veloz, pide ir al baño y al volver la situación se ha agravado: vuelve después de unos minutos con el jean ensangrentado. Tuvo un aborto espontáneo, ni siquiera es consciente de eso, pero inesperadamente irrumpe la policía y se la incrimina como una homicida. Así, pasará dos años en prisión preventiva, y un año más cumpliendo una condena de ocho años por homicidio agravado por el vínculo. La escena montada fue culpabilizarla de un aborto. En Tucumán (y no solo en esa provincia), en aquel entonces, se trataba de un delito de primer orden, porque la decisión de una mujer sobre el destino de su propio cuerpo constituía una herejía. La abogada Deza llegará tarde al caso, pero podrá apelar y luchar por la libertad de su defendida.
La reconstrucción del caso que fue decisivo para aquello que acá y en otros lados se llamó la “ola verde” es preciso y equilibrado. Fonzi articula muy bien la interacción entre un caso jurídico y la fuerza del movimiento feminista que determinó la conciencia social de la década pasada. Cuando Belén alcanza narrativamente la amalgama de la situación de una mujer con la reivindicación de derechos, lo particular ha sido contado con la elocuencia necesaria para comprender los motivos de una causa. Fonzi trabaja meticulosamente el relato para que en lo singular resplandezca un problema universal.
Belén es un poco más convencional que Blondi, su ópera prima, un retrato ajustado de la maternidad del presente y de una generación. En esta segunda película, la actriz y ahora directora se ciñe más a las reglas de la convención del género jurídico en su versión más habitual, de la cual hay modelos elocuentes. Fonzi no sigue las reglas al pie de la letra, pero toma prestada la eficacia retórica de esa tradición: emplea una estructura narrativa y no desdeña del clímax que promete la libertad de una condenada que no merece estarlo; presenta a sus personajes con rasgos específicos que sintetizan un perfil psicológico y recurre a escenas lacónicas con algún chiste para matizar el drama. Lo que sí repite Fonzi de Blondie es su predilección por el plano secuencia. Los desplazamientos por los corredores del hospital en distintas instancias del relato son tan elegantes como apropiados para transmitir una experiencia del tiempo que es ineludible de lo que se pone en juego en esas escenas. A Fonzi no les indiferente el acto en sí de filmar. Narrar es lo prioritario, pero el cine se define por su condición formal. Fonzi exhibe esa conciencia y domina su herramienta; Fonzi es una cineasta.
Fonzi delante de cámara porta el peso dramático que solicita su personaje. Deza no es un concepto encarnado en un apellido; es una mujer que piensa sus acciones y sus convicciones, experiencia subjetiva del personaje que se ve, no se dice. Lo mismo vale para quien interpreta a Belén, Camila Plaate: lentamente aprende a pensarse; eso tampoco se dice, pero se ve. Dicha condición es cualitativa, porque al espectador no se le reclama que piense como las protagonistas ni se pretende convertirlo. Belén no es una película proselitista; ahondar sobre una posición ante el aborto y su relación con un orden jurídico implica también el coraje de decir cómo se ha alcanzado a considerar la posición que se defiende. Si remueve otras conciencias, será un suplemento virtuoso sustentado en su rigor formal y ético.