‘Parásitos’ no es ninguna obra maestra: la complacencia ideológica de la gran triunfadora de los Óscar

La ganadora del Óscar a mejor película, guion, película de habla no inglesa, y director, ‘Parásitos’ (Gisaengchung, 2019) ha logrado poner al cine coreano en el lugar en el que se merece tras más de una década de progresión espectacular que no había acabado de calar en los estómagos de los miembros de la academia. Es bueno por reconocer una filmografía y hasta cierto punto por premiar la carrera de un cineasta potente como Bong Joon-Ho, por lo que, ante todo, es un éxito del cine.

Sin embargo, ni Bong Joon-Ho es el mejor de los cineastas coreanos de su generación, ni ‘Parásitos’ una película que represente todas las virtudes de un mercado cada vez con más nombres a tener en cuenta, como Park Chan-wook o Kim Jee-woon, que no han tenido este reconocimiento antes, quizá, porque el sustrato de sus películas se ve menos afectado por la ideología económica y social que tiene más alcance en la solemnidad de las salas de votación para premios como los Óscar.

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A veces llevar la contraria es un tema relativamente tabú en la cinefilia, pero es que no siempre no todo el mundo está de acuerdo y alguien tiene que decirlo: ‘Parasite’ no está entre lo mejor del cine de su país ni es lo mejor del año. Por supuesto, no es una mala película. Es divertida y brillante en muchos aspectos formales, pero parece que a nadie le haya parecido mal nada de lo que plantea; es una obra sacrosanta, impoluta y mística, pero no ha llevado a ningún debate, sino empujar amablemente hacia la autoafirmación.

Un director con tablas

Quizá por tener demasiado cerca ese insoportable panfleto animalista de parvulario que es ‘Okja’ (2017), en la que Joon Ho se atrevía a plantear un paralelismo ético entre una violación humana, de gente con conciencia, y el proceso de cría de animales —así de grotesca y demagógica era— afrontar ‘Parásitos’ con un ojo abierto frente a las intenciones ideológicas que pueda plantear no está demás. Quizá por eso, solo a unos pocos, nos parece igual de autocomplaciente su retórica a la hora de tratar y retratar los dilemas de clase de Corea del Sur.

Desde luego, para afrontar un análisis de fondo de ‘Parásitos’ es imposible no recabar algunas alusiones a su contenido en críticas como las de Slate que hablan de “un salvaje comentario sobre la desigualdad económica y la violencia infligida por el capitalismo”. O la de Metro, que proclama que el mensaje del film “no es tan simple como rico contra pobre, bueno contra malo”, alegando a un examen de grises en su parábola de la lucha de clases que parece abanderas sus virtudes.

Y, hasta cierto punto es cierto, que en su mirada a la burguesía, evita la imagen recalcitrante del avaricioso y despiadado hombre de negocios que podría ser protagonista, digamos, de una película juvenil con aspiraciones de moralina. El director afila la cuchilla y perfila un plantel de personajes cortados con más aristas, pero también sobre los márgenes de estereotipos definidos previamente por dogmas ideológicos preconcebidos, que ignora la personalidad libre de sus personajes.

Pobres malos, ricos buenos

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En el lado de “los pobres” tenemos a los Kim. Padre, madre, hijo e hija viven en un estrecho apartamento en el semisótano de Seúl y casi llegan a fin de mes con cajas plegables para una pizzería cercana. El clan adoptará identidades falsas para estafar a una familia de ricos, los Park, que viven en la cima, en un complejo ultramoderno rodeado de muros de hormigón. Cada uno es un garabato unidimensional. La hija se enamora de Ki-woo, quien cambia su nombre a Kevin y el hijo a Ki-jung, quien cambia su nombre a Jessica. Parece una comedia de situación.

Con estos mimbres, ‘Parásitos’ busca, con puesta en escena y simbolismos varios, crear juegos de paralelismo visual entre la vida de unos y otros, pero juega una baza en la descripción de los Kim que verbaliza en la boca de la madre: “si yo tuviera esta casa, también sería amable y educada”. Una reflexión que podría parecer interna pero responde a un teorema ideológico que la película toma como una falsa escala de grises. Los pobres “son malos” porque tienen necesidad. Y luego complica aún más la situación cuando en el sótano de la casa descubrimos a alguien más pobre aún.

Aquí comienza una segunda mitad más violenta y desagradable, no marcada por la lucha de clases sino la lucha a muerte por el recurso entre los que más necesitan. ¿Ves las bestias que el capitalismo ha creado? Parece estarnos diciendo. Mientras, los Park están de vacaciones, ajenos a las batallas por sus migajas. Quizá el mayor problema es la convicción del director en su verdad inamovible, amparado por un falso juego de grises (bien se encarga de usar escaleras y pisos, luz y oscuridad, para dejar clara la diferencia de clases) para romper la dinámica del cine social de denuncia habitual.

Factores ambientales frente a individuo: etología humana comunista

En su reflexión trata de explicar algo en común con ‘Nosotros’ (Us, 2019) de Jordan Peele. Pero en donde aquella se jugaba con la parábola exagerada, el hecho de tener a dos dobles creciendo en diferentes ambientes y observando el resultado final es un recurso que nos hace pensar en la manera en la que las condiciones económicas son un condicionante para desarrollar ciertos comportamientos, pero su giro final da un matiz a la teoría y no carga culpas como parece asumir ‘Parásitos’ al describir a los Kim, que parece una justificación, un “esa posición también me pertenece”.

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El hábito hace al monje y parece que la pobreza al criminal. Pero no hay un dilema de libre albedrío, se da por hecho que los pobres no tienen escrúpulos y hasta cierto punto su picaresca es heredada, adscrita a un ADN en el que la herencia de clase provocada por la necesidad lleva a convertir al hombre en una alimaña. ‘Parásitos’ juega con la idea desde una posición que prejuzga tanto a los ricos como a los pobres y hace una comedia negra surrealista con ello. Sin embargo en el punto de vista hay una literalidad del dogma que no plantea profundidad.

No hay nada relevante o urgente en lo que trata de explicar Bong Joon Ho. Es una sátira sobre la adinerada élite de Corea del Sur que deja los matices y las sutilezas para la comedia screwball de brocha gorda. Por ejemplo, en ‘Un asunto de familia’ (Manbiki kazoku, 2018), Koreeda plateaba temas similares de forma más humana y rica. Sin embargo, ‘Parásitos’ es una representación condescendiente y de extremos, que plantea una facción obrera que solo busca reemplazar a los que explotan, eliminando también a los posibles competidores a su nivel.

Humor surrealista o humor coreano

Todo desde el sillón de cineasta, con influencias de un Buñuel, sí, que representaba a las clases bajas como bárbaras como dardo contra la burguesía, pero hace 50 años el discurso era diferente y no olvidemos que el director utilizó y manipuló la miseria de Las Hurdes para un documental que denunciaba, sí, pero usando medios tendenciosos y dibujando un lugar dantesco tirando cabras por barrancos o celebrando funerales de bebés falsos. El fin justifica los medios y el mensaje, claro. Pero eso no significa que no haya una intención muy alejada del gris.

No conoceremos a ningún chaval de los bajos fondos de Corea del Sur que llegue a rodar su perspectiva, por lo que ‘Parásitos’ no solo es cínica, sino una visión que elabora sus motivos a partir de manuales de marximo, no desde la humanidad. Y para ello no importa dibujar a las clases como estereotipos, haciendo un juicio de valor de clase, no de humanos, como si la educación y la bondad no fuera posible dentro de los marcos del mundo obrero.

Lo peor de este extremismo de Bong es que lo plasma sin gracia. Desde el humor de fase anal con el meón del barrio, al plan de los Kim, que admite el resentimiento de clase y lleva la idea de la desigualdad económica a un clímax sangriento, que no sabe si jugar a ser hilarante —si se puede considerar gracioso a situar una escena trágica presenciada por un personaje con un disfraz de jefe indio— para virar al sentimentalismo en su final. Todo bajo un cínico título que trata de resignificar la palabra ‘Parásitos’.

Un éxito positivo para el cine coreano

La propiedad es el robo” de Proudhon, un lema revolucionario que Bong maquilla en forma de comedia y une a su colección de soflamas para conversos usando tropos de género. Su efecto fácil, elogiado pero nunca creando un impacto cultural real. Monstruos y ecologismo, lucha de clases distópica en un tren y discurso vegano humanizando a un animal cuqui. El infantilismo de los memes convertido en películas de dos horas, un principio básico de propaganda que en ‘Parásitos’ además, se toma como algo prestigioso.

Cine para darnos una palmada a nosotros mismos por compartir la revelación y el director predicando desde la comodidad del prestigio. En ‘Teorema’ (1969) de Pier Paolo Pasolini, por ejemplo, se deconstruía la familia moderna dentro de una jerarquía capitalista que desafiaba incluso sus propias teorías marxistas, pero la comedia de ‘Parásitos’ no se atreve a salir del texto expuesto por los padres de los Kim. Todo ello presentado, eso sí, con una buena planificación técnica, puesta en escena estupenda y un acabado formal rotundo.

Pero ‘Parásitos’, más allá de su calidad cinematográfica o su burda presentación ideológica, no es la gran película coreana de estos años. Y eso, quizá es lo que el Óscar hace que se vea un poco el plumero y para llegar a él necesite pasar por el prestigio que da el contenido social. Sin embargo, películas como ‘Burning’, la fascinante adaptación de Haruki Murakami, quedan en el limbo y se estrenan de tapadillo, sin hacer demasiado ruido. Puede que el triunfo de ‘Parásitos’ ayude, a otras y en ese aspecto si deja mucho que celebrar, pese a que hay una poco explicable ausencia de debate sobre su contenido.